José Mujica se ha ido a pedalear a otro plano, a los 89 años. Le tenía, tengo, profundo respeto. No por conocerle en persona –que ojalá–, sino por sentir que, desde esferas tan radicalmente distintas, él y yo hemos estado pedaleando rumbos con una filosofía curiosamente parecida.
Él, desde la cúpula del poder, como presidente. Yo, desde la horizontalidad del camino, como un nadie más con dos ruedas. Y sin embargo, ambos buscando darle sentido a esto de vivir, a menudo contra la corriente de lo establecido, eligiendo la sencillez como bandera y la vida como la verdadera riqueza.
Hablaba de no dejarse atrapar por el consumo, de no malgastar la vida trabajando solo para acumular cosas que, al final, te restan libertad. Decía algo así como que no es el dinero lo que hay que buscar, sino el tiempo para vivir. Que la vida es el tesoro. Y lo decía un presidente que vivía en una chacra humilde, que conducía un viejo Fusca, que donaba la mayor parte de su sueldo.
Un tipo que, teniendo la oportunidad de vivir como un rey, eligió vivir como un hombre libre.
Muchos hoy tratan de vivir como reyes, y pierden no solo el tiempo, sino la vida y la libertad.
Hace ya muchos años que cambié la "normalidad" por una vida nómada e imprevisible.
¿Sabías que ignoro lo que ingresaré cada mes? No tengo ingresos fijos.

Dejé atrás la seguridad, el sueldo fijo, la casa llena de cosas. Lo cambié por la incertidumbre del camino, una tienda de campaña, la riqueza que cabe en cuatro alforjas, una casa de alquiler que tengo que dejar en verano para ocuparla de nuevo en septiembre, y una caravana que es mi comodín para emergencias. ¿Por qué? Precisamente por lo que él defendía: para tener más tiempo, para tener más libertad, para poder consumir vida en lugar de que la vida me consuma a mí.
Vivir con poco, cuando es una elección consciente y no una imposición, es un acto de rebeldía. Es decirle al sistema que su juego de acumulación no es el único posible, ni siquiera el más deseable.
En mi bici, cada kilo cuenta. Cada objeto en mis alforjas tiene que justificar su peso, su utilidad. Esto me ha enseñado a desear menos, a necesitar menos. Y, paradójicamente, a apreciar más. Apreciar un plato de comida caliente, la sombra de un árbol en un día soleado, la sonrisa de un desconocido, el simple hecho de que mi bici siga rodando un día más, sin averías.
Todo esto lo sigo practicando, ahora con Lorena, y lo puedes ver en la nueva Serie, sin anuncios, Memorias de Portugal.