Hay un viejo refrán que dice: "El que no arriesga, no gana". Pero detrás de esa frase se esconde una verdad más profunda: el que no hace nada, también está decidiendo.
La inacción no es neutral; es una postura, una estrategia (aunque sea inconsciente), y como toda estrategia, tiene sus consecuencias.
Durante muchos años de mi vida, antes de convertirme en el biciclown, me sentí atrapado en una rutina que no me llenaba. Trabajaba como oficial de notarias, un empleo que, desde fuera, muchos podrían considerar un sueño: estabilidad, prestigio, un buen sueldo. Sin embargo, en mi interior, una voz me susurraba continuamente que no estaba viviendo mi vida, sino la vida que alguien que no tuviera sueños más profundos viviría. Alguien que aspirase a ser un buen padre de familia y nada más (ni nada menos; no lo considero poco cosa, pero no era para mi)
La inacción disfrazada de comodidad
El problema de la inacción es que a menudo se disfraza de comodidad. Nos decimos a nosotros mismos que "mejor no hacer olas", que "todo está bien como está". Pero en realidad, cada día que postergamos un cambio, cada día que ignoramos el descontento interior, estamos tomando una decisión activa: quedarnos donde estamos. Decidir no decidir también es una decisión.
En mi caso, la vida me dio un buen empujón para darme cuenta de esto. No fue un gran acontecimiento ni una crisis existencial repentina. Fue más bien un proceso acumulativo: cada día que iba a trabajar sin quererlo en realidad, cada día que pasaba en una oficina soñando con el horizonte, cada vez que decía "algún día lo haré"... La suma de todas esas pequeñas decisiones me llevó a entender que estaba eligiendo no hacer nada para cambiar mi situación.
La gota que colma el vaso no es más grande que la primera gota.